El
plan con Raúl terminó antes de lo esperado, sin saciar mi apetito crucé el
portón y disfruté la calidez de los últimos rayos del sol en mi espalda.
Mis manos aún temblaban, mi corazón se negaba a adoptar su ritmo habitual, no
quería acabar mi día sin aliviar la urgencia de mi calor, deseaba un lugar
nuevo un evento lo suficientemente fuerte para devolverme la certeza
de estar vivo, el sentido que dan las fiestas y los orgasmos a la vida,
aprovechar mi corta estancia en la ciudad y decir que valió la pena.
Caminé
hacia la estación, los carros estaban presos en el tránsito de la capital, se
amontonaban escupiendo humo a mi lado, sus pitidos taladraban mi cabeza, llamé
a mis amigos, pero no estaban disponibles, es justo, hace años que no hablamos
cara cara, parecía otra noche solitaria de películas y frituras para mí.
Divisé
a lo lejos el color de mi ruta, sin pensarlo dos voces corrí a la parada
gritando al conductor que esperara un momento, él me ignoró. Pasó por mi
izquierda de manera automática, sin siquiera levantar los ojos del camino, sus hombros
completamente caídos y la cabeza descansando al volante, pobre, seguro tuvo un
día difícil. Las luces del semáforo cambiaron y aproveché para
escabullirme dentro, una vez arriba, di un largo suspiro y saqué el celular
para perder el tiempo.
Examinaba
páginas sobre curiosidades y viejas estrellas a vuelta de rueda, una a una,
aburrido, ocioso, ingresé “gay cdmx” en el buscador cuando de
repente salieron chingos de resultados, entre ellos encontré un sitio con
más de cincuenta ubicaciones secretas en un mapa de la ciudad interactivo, traía
alfileres arcoíris que al picarlos daban pequeñas descripciones, horarios e
incluso instrucciones para llegar a lugares de cruising; espacios
conocidos de boca a boca entre la gente de ambiente donde se puede gozar de la
caricia en lugares públicos hasta a plena luz del día, parecía una feliz
coincidencia que un alfiler atravesara mi ruta, resaltaba como oro en una mina.
Miré
por la ventana los destellos artificiales que decoraban la ciudad, la noche lucía
un humor gélido, verdaderamente un frío como el demonio azotaba los parpados
con cada brisa del viento y no mejoró tan solo un minuto. Levanté la mirada y
bajé corriendo, me había pasado por unas cuadras, el lugar estaba escondido
entre los matorrales, no di con ninguna entrada especifica así que pensé en
que la mejor manera de entrar era siguiendo a otro. Para mi suerte un
hombre alto, moreno y velludo, se separó del flujo principal y rodeó el área
verde, su cabeza pelona destacaba entre las hojas, parecía buscar algo, así que
lo seguí lo más de cerca posible sin dejar que notara mi presencia, no
obstante, después de unos minutos lo perdí entre los matorrales quedando varado
en la oscuridad.
Sopesé
la fuerza de mis miedos con mi curiosidad, de ahí en adelante o todo era una
aventura o un fracaso más que contarle a mi almohada. Era mi punto de no
retorno, respiré hondo y tanteé a ciegas mi camino. Poco a poco llegué hasta un
claro protegido por la maleza donde vislumbré una sombra humanoide moverse bajo
la silueta de un árbol, me invitó a acercársele. Era el hombre, que me sonrió
levemente y desabrochó su camisa mostrando una panza forrada de pelo, su grueso
cuerpo incitaba a saciar la comezón de mi carne a enterrar mi cara en aquella
almohada de vellos y olvidar todos mis problemas, pero sabía que aún más
tesoros aguardaban por mí en el camino así que utilicé aquella dosis de
adrenalina para continuar solo, aunque tentado por el sendero.
Creía
haber descubierto un secreto de esos vergonzosos que se disfrutan en soledad, entusiasmado
grabé las rutas de hojarasca en mi mente, con un pie delante del otro pasé por
varias propuestas en aquella ruta oscura que serpenteando se doblaba
y bifurcaba. Entre más la recorría más ofertas recibía, propuestas
selladas con arrimones de entrepierna, caricias paso a paso por todas partes,
la cercanía enrojecía mis mejillas, la emoción por sentir la compañía del otro.
Vagando en la negrura llamó mi atención un chico alto con rizos, se detuvo
al verme y juguetonamente dejó pasar a los demás para que me acercase a él.
Su
mirada era intensa tenía unos ojos chocolate amargo llegaban a lo profundo de
mi armadura, transmitían la fuerza de su deseo, en ellos vi reflejada una
criatura salvaje y herida, una igual a mí. Charlamos en el lenguaje de las
caricias, tras pasar mis dedos a sus bolsillos traseros me dijo divertido:
-
¿Tons que?, ¿Nos agarramos la verga?
Sorprendido
por la pregunta tan directa asentí con la cabeza, apenas sonriendo respondí
quedamente:
-Claro.
En
ese instante, por breve que fuera, solo unos centímetros de aire separaban
mi cuerpo del suyo, por fin iba a estar con alguien de esta forma después de
tanto tiempo, quería disfrutar la experiencia al máximo. Aguardó a que bajara
el ritmo de mi respiración, me abrazó suavemente para recorrer el terreno,
primero un dedo, el que memorizó los recovecos de mi cuerpo, luego inclinó su
cabeza y descansó sobre mi cuello, sostuve su cara y le susurré al oído:
-Perdámonos
en el otro.
Saboreé
el cálido lóbulo de su oreja, su mano sometió poco a poco mi espalda, marcaba
mi columna, rozaba mi vientre, me quité la playera y arranqué los botones de su
camisa. Pasé mi lengua en forma de bucles por su pezón izquierdo luego uní
nuestros pechos y besé con delicadeza la superficie de sus labios. Reconocí la huella
de aspereza que dejan las mordidas por ansiedad.
Abrí
los ojos, su cara reaccionaba al gusto de mi paladar, el sentimiento se tornó
abrasador y ya no quedaba nada más por explorar. Estrechó su cuerpo contra el
mío e inhalé su ser a suspiros, a jadeos, su aliento calentaba mi
cuello ahí advertí que temblaba al escuchar su respiración que alocaba el ritmo
de mis latidos. Conquistamos terreno, aparecieron los rasguños, bajaron las
caricias, se volvieron fricción contra la piel desnuda. Con la mano ya por
debajo de su trusa bajé el cierre de su pantalón y utilicé las dos manos para
sacudir su pene, arriba, abajo, una en la base, abrigando la preciosa carga, la
otra indecisa entre pezones y piernas, sus manos rasgaban mis brazos, tatuaban
mi columna.
Paró
por un momento, me sostuvo entre sus brazos, subió la barbilla y besó mi frente
sudorosa, su bigote daba cosquillas a mi nariz, sentí como recuperaba el
aliento, siempre pegado a mí. Disfruté tanto ese momento, recibir sus manos que
protegían mis mejillas, aquel tacto despertaba sed, una lujuriosa necesidad por
sus jugos, su olor, su cuerpo. Mis dedos se deslizaron entre sus cabellos
mientras mi boca pasaba de un beso a una súplica; quería tenerlo dentro de mí,
compartir su existencia.
Debió
de ser un verdadero espectáculo el que montamos, porque los otros se detuvieron
para observar excitados, perdidos, trataron de unirse con una mano amiga, pero
él los detuvo, me dijo:
-La
verdad me da un poco de vergüenza que nos vean todos he he, ¿vamos pa otro
lado?
-Por
favor- respondí.
Subí
mi calzón, rápido nos echamos las mochilas al hombro, tomó
mi mano, lo miré cara a cara, sonrío retador y apreté firme su palma. Lado a
lado nos adentramos en la profundidad del bosque.
-Chipawa