viernes, 3 de julio de 2020

El camino verde



El plan con Raúl terminó antes de lo esperado, sin saciar mi apetito crucé el portón y disfruté la calidez de los últimos rayos del sol en mi espalda. Mis manos aún temblaban, mi corazón se negaba a adoptar su ritmo habitual, no quería acabar mi día sin aliviar la urgencia de mi calor, deseaba un lugar nuevo un evento lo suficientemente fuerte para devolverme la certeza de estar vivo, el sentido que dan las fiestas y los orgasmos a la vida, aprovechar mi corta estancia en la ciudad y decir que valió la pena.

 

Caminé hacia la estación, los carros estaban presos en el tránsito de la capital, se amontonaban escupiendo humo a mi lado, sus pitidos taladraban mi cabeza, llamé a mis amigos, pero no estaban disponibles, es justo, hace años que no hablamos cara cara, parecía otra noche solitaria de películas y frituras para mí.

 

Divisé a lo lejos el color de mi ruta, sin pensarlo dos voces corrí a la parada gritando al conductor que esperara un momento, él me ignoró. Pasó por mi izquierda de manera automática, sin siquiera levantar los ojos del camino, sus hombros completamente caídos y la cabeza descansando al volante, pobre, seguro tuvo un día difícil.  Las luces del semáforo cambiaron y aproveché para escabullirme dentro, una vez arriba, di un largo suspiro y saqué el celular para perder el tiempo. 

 

Examinaba páginas sobre curiosidades y viejas estrellas a vuelta de rueda, una a una, aburrido, ocioso, ingresé  “gay cdmx” en el buscador cuando de repente salieron chingos de resultados, entre ellos encontré un sitio con más de cincuenta ubicaciones secretas en un mapa de la ciudad interactivo, traía alfileres arcoíris que al picarlos daban pequeñas descripciones, horarios e incluso instrucciones para llegar a lugares de cruising; espacios conocidos de boca a boca entre la gente de ambiente donde se puede gozar de la caricia en lugares públicos hasta a plena luz del día, parecía una feliz coincidencia que un alfiler atravesara mi ruta, resaltaba como oro en una mina.

 

Miré por la ventana los destellos artificiales que decoraban la ciudad, la noche lucía un humor gélido, verdaderamente un frío como el demonio azotaba los parpados con cada brisa del viento y no mejoró tan solo un minuto. Levanté la mirada y bajé corriendo, me había pasado por unas cuadras, el lugar estaba escondido entre los matorrales, no di con ninguna entrada especifica así que pensé en que la mejor manera de entrar era siguiendo a otro. Para mi suerte un hombre alto, moreno y velludo, se separó del flujo principal y rodeó el área verde, su cabeza pelona destacaba entre las hojas, parecía buscar algo, así que lo seguí lo más de cerca posible sin dejar que notara mi presencia, no obstante, después de unos minutos lo perdí entre los matorrales quedando varado en la oscuridad.

 

Sopesé la fuerza de mis miedos con mi curiosidad, de ahí en adelante o todo era una aventura o un fracaso más que contarle a mi almohada. Era mi punto de no retorno, respiré hondo y tanteé a ciegas mi camino. Poco a poco llegué hasta un claro protegido por la maleza donde vislumbré una sombra humanoide moverse bajo la silueta de un árbol, me invitó a acercársele. Era el hombre, que me sonrió levemente y desabrochó su camisa mostrando una panza forrada de pelo, su grueso cuerpo incitaba a saciar la comezón de mi carne a enterrar mi cara en aquella almohada de vellos y olvidar todos mis problemas, pero sabía que aún más tesoros aguardaban por mí en el camino así que utilicé aquella dosis de adrenalina para continuar solo, aunque tentado por el sendero.

 

Creía haber descubierto un secreto de esos vergonzosos que se disfrutan en soledad, entusiasmado grabé las rutas de hojarasca en mi mente, con un pie delante del otro pasé por varias propuestas en aquella ruta oscura que serpenteando se doblaba y bifurcaba. Entre más la recorría más ofertas recibía, propuestas selladas con arrimones de entrepierna, caricias paso a paso por todas partes, la cercanía enrojecía mis mejillas, la emoción por sentir la compañía del otro. Vagando en la negrura llamó mi atención un chico alto con rizos, se detuvo al verme y juguetonamente dejó pasar a los demás para que me acercase a él.

Su mirada era intensa tenía unos ojos chocolate amargo llegaban a lo profundo de mi armadura, transmitían la fuerza de su deseo, en ellos vi reflejada una criatura salvaje y herida, una igual a mí. Charlamos en el lenguaje de las caricias, tras pasar mis dedos a sus bolsillos traseros me dijo divertido:

- ¿Tons que?, ¿Nos agarramos la verga?

 

Sorprendido por la pregunta tan directa asentí con la cabeza, apenas sonriendo respondí quedamente:

-Claro.

 

En ese instante, por breve que fuera, solo unos centímetros de aire separaban mi cuerpo del suyo, por fin iba a estar con alguien de esta forma después de tanto tiempo, quería disfrutar la experiencia al máximo. Aguardó a que bajara el ritmo de mi respiración, me abrazó suavemente para recorrer el terreno, primero un dedo, el que memorizó los recovecos de mi cuerpo, luego inclinó su cabeza y descansó sobre mi cuello, sostuve su cara y le susurré al oído:

-Perdámonos en el otro.

 

Saboreé el cálido lóbulo de su oreja, su mano sometió poco a poco mi espalda, marcaba mi columna, rozaba mi vientre, me quité la playera y arranqué los botones de su camisa. Pasé mi lengua en forma de bucles por su pezón izquierdo luego uní nuestros pechos y besé con delicadeza la superficie de sus labios. Reconocí la huella de aspereza que dejan las mordidas por ansiedad. 

 

Abrí los ojos, su cara reaccionaba al gusto de mi paladar, el sentimiento se tornó abrasador y ya no quedaba nada más por explorar. Estrechó su cuerpo contra el mío e inhalé su ser a suspiros, a jadeos, su aliento calentaba mi cuello ahí advertí que temblaba al escuchar su respiración que alocaba el ritmo de mis latidos. Conquistamos terreno, aparecieron los rasguños, bajaron las caricias, se volvieron fricción contra la piel desnuda. Con la mano ya por debajo de su trusa bajé el cierre de su pantalón y utilicé las dos manos para sacudir su pene, arriba, abajo, una en la base, abrigando la preciosa carga, la otra indecisa entre pezones y piernas, sus manos rasgaban mis brazos, tatuaban mi columna.

 

Paró por un momento, me sostuvo entre sus brazos, subió la barbilla y besó mi frente sudorosa, su bigote daba cosquillas a mi nariz, sentí como recuperaba el aliento, siempre pegado a mí. Disfruté tanto ese momento, recibir sus manos que protegían mis mejillas, aquel tacto despertaba sed, una lujuriosa necesidad por sus jugos, su olor, su cuerpo. Mis dedos se deslizaron entre sus cabellos mientras mi boca pasaba de un beso a una súplica; quería tenerlo dentro de mí, compartir su existencia.

 

Debió de ser un verdadero espectáculo el que montamos, porque los otros se detuvieron para observar excitados, perdidos, trataron de unirse con una mano amiga, pero él los detuvo, me dijo:

-La verdad me da un poco de vergüenza que nos vean todos he he, ¿vamos pa otro lado?

-Por favor- respondí.

 

Subí mi calzón, rápido nos echamos las mochilas al hombro, tomó mi mano, lo miré cara a cara, sonrío retador y apreté firme su palma. Lado a lado nos adentramos en la profundidad del bosque.

 


-Chipawa